ANOCHECER FRENTE AL MAR

Pequeñas constelaciones,

La chica que no deja de soñar observa el balanceo del mar, ese vaivén que lo caracteriza la tiene embobada. La relaja.

Siempre le ha llamado la atención como unas pequeñas partículas de agua pueden formar parte de algo tan inmenso. 

Camina por la orilla sintiendo como el agua fría del norte se cuela entre los dedos de sus pies. Así todo es más sencillo. La sangre circula con rapidez mientras el arrullar del viento la envuelve con su halo erizando su piel.

El sol está cayendo, se va deslizando suavemente hacia el horizonte como si quisiera besarlo, por fin, con sus caricias sonrosadas, después de un encuentro ansiado desde el amanecer.

Qué magia esconden los astros y el mar fundiéndose, como amantes furtivos que solo disponen de unas horas para deshacerse en un climax desatado.

No hay casi nadie en la playa. Las pocas voces altas se van difuminando hasta zambullirse con el eco del silencio.

Se gira hacia su acompañante. Está preparando la hoguera. La responde con una sonrisa que muestra felicidad. Necesita la naturaleza tanto como ella. Quizás por eso se llevan tan bien. Aunque según sus horóscopos deberían llevarse a matar.

Inmortaliza el momento en varias fotos. El sol del atardecer, las olas besando la arena, el fuego bailando, su amiga sacando la lengua.

La chica que no deja de soñar ahora valora más que nunca los momentos tranquilos, el devenir lento de las agujas del reloj. Esos segundos donde aparentemente no pasa nada y que en realidad lo son todo porque reparan el alma.

Estar ahí, cerca del mar, escuchando el oleaje, con su mejor amiga, es uno de esos recuerdos que merecen la pena fabricar y que darán cuerda al corazón en los días de lluvia y tormenta.

Porque han estado meses sin poder verse, ni abrazarse, por culpa de la mierda de virus. Y ahora la nueva normalidad al menos las permite volver a olvidar la rutina, las discusiones, la soledad, el inestable futuro, y los echar de menos de sus corazones inquietos que siempre se fijan en quién menos deben.

Cuando están juntas son más fuertes y todo está en el lugar correcto dónde debe estar.

Regresa a su mente la última noche de San Juan. En la misma playa. Robayera. Un ritual purificador en el fuego y en el agua del mar, muchos deseos, cosas que querían dejar atrás y nuevas ilusiones parpadeantes de vértigo. Las estrellas surgieron tras la niebla demostrándolas una vez más que juntas pueden cambiar el curso de los elementos.

Esa noche hace un poco más calor. Pero el fuego se agradece después del baño. San Juan no ha llegado todavía. Faltan unas semanas. Sin embargo, el sentimiento es el mismo. Se siente afortunada de tenerla en su vida. 

Felicidad en su corazón. Una tranquilidad inmensa en su sangre. Miradas que calman los demonios que a veces la asfixian. Latidos del corazón serenos pero vivos.

Las confidencias entre susurros avanzan con las horas. Al igual que los consejos, las sonrisas y las latas de cervezas sin alcohol vacías.

La chica que no deja de soñar reflexiona sobre la amistad verdadera mientras escucha el chisporreteo del fuego.

Se ha llevado muchas decepciones hasta encontrarla a ella. Se ha sentido sola tantas veces, en momentos tan duros, que ahora es mucho más consciente de lo que tiene. Y su amiga vale oro.

El A&F que lleva en el antebrazo la hace sonreír. Su mejor amiga también lo lleva tatuado. Y sabe que con ella no tendrá que diseñar uno nuevo para taparlo como hizo con su ex.

Los hombres fallan, las amigas, si son de verdad, no lo hacen nunca. 

Ella es su Always and Forever. Es la única persona por la que pondría la mano en el fuego sin miedo a quemarse. Porque nunca la ha traicionado, jamás la ha hecho sentirse inferior o pequeña, siempre la ha elevado, nunca la ha abandonado, ni siquiera en el peor momento. La ha levantado del suelo tantas veces que ya ha perdido la cuenta...

No se quemaría porque sabe que jamás haría algo que pudiera dañarla. Porque lo daría todo por verla feliz. Al igual que la chica que no deja de soñar lo haría por ella. Y es lo bonito de su amistad. La confianza total, la admiración, el amor incondicional y el respeto. 

Sus hilos rojos del destino estaban predestinados y jamás se romperán. Porque luchan cada día para que así sea. Ambas lo tienen claro, pero en noches como esa les queda más patente dentro de sus cabecitas locas.

Su amistad es desinteresada, es verdadera, es esa clase de conexiones, tanto mentales como espirituales, que solo suceden, con esa intensidad, una vez en la vida. La única capaz de terminarla las frases, de saber qué está pensando con solo mirarla.

La chica que no deja de soñar tiene suerte de tenerla.

Mientras el baile de las olas danza al compás del fuego, le da gracias a la vida por tener momentos como ese y personas como ella a su lado.

El haber estado confinada en casa la hace valorar cada segundo mucho más. Aunque la muerte de su padre también tiene mucho que ver en eso.

Con ella no tiene ni que abrir la boca. Si intuye que necesita mar, la secuestra, y ella puede reconstruir su alma. Si es invierno la propone arrastrar el culo en la nieve y vuelven a ser niñas pequeñas brillantes de ilusión. Si llega el Otoño se la lleva al monte a pedir deseos a los astros. Si llega Halloween piden caramelos disfrazadas para asustar a los más pequeños. Y así, mil y una locuras. Pero siempre juntas. Dos guerreras dispuestas a todo por mantener las sonrisas.

La chica que no deja de soñar, pierde la mirada en el cielo y le pide a las estrellas poder disfrutar de esos pequeños instantes por muchos años más.

Lanza un beso de polvo de estrellas al universo. A saber dónde llegará...


HAIKUS EN LA MADRUGADA

Pequeñas constelaciones,

La chica que no deja de soñar ha aprendido mucho durante el confinamiento. Batalla cada día una guerra contra sí misma. Su peor enemigo se esconde en su cabeza.

El insomnio la desvela. Ya no puede dormir si no es con pastillas.

La nueva realidad impide el contacto, los besos y los abrazos para la no transmisión del virus.

Ella, que siempre ha sido de tocar, de abrazar, de besar porque sí y sin motivo o necesidad...ahora no puede.

Y a veces la consumen las ganas. La ansiedad la ahoga fuerte y la quiebra el ánimo cuando se siente lejos de los que quiere. Porque echa de menos y no tiene.

Pero ya sabéis como es. Se levanta enseguida porque siempre ha sido una guerrera rebelde. No se conforma, y busca mil y una maneras de expresar sus sentimientos, de sacar lo que ronca dentro de sus venas, de mostrar lo que acelera los latidos de su corazón y prende las sonrisas de sus labios.

Se niega a volverse gris. Ahora que ha vuelto a ser luz no quiere apagarse. Ya sabe lo que es estar a oscuras. Ya estuvo muchos años así.

La chica que no deja de soñar ha aprendido a besar con la mirada, a abrazar con palabras y a tocar el corazón de los que quiere con pequeños detalles que llenan el alma y lo encienden de fuerzas para seguir.

La chica que no deja de soñar envía un beso en un selfie pícaro, un abrazo que se balancea en un gif, enlaces de canciones que curan cicatrices, un «te quiero» plasmado en un haiku desordenado, muchos deseos y alguna locura por hacer tintados en imágenes.

Porque en un montón de pixeles también puede navegar un beso robado, o un instante de éxtasis antes del catártico clímax.

Porque todo esto pasará y entonces volverá a apurar cada segundo que la vida la regale. Porque todo nace, muere y se desvanece. Y lo tiene más claro y presente que nunca.

A veces la vida es así de injusta. Pero siempre lo es por un motivo. O eso le gusta pensar a ella.

Quizás era el tiempo de que los seres humanos se dieran cuenta de lo que tenían, de lo que estaban olvidando, de lo que podían perder, de aquello que estaban dejando de lado, de lo que estaban desperdiciando, de lo que estaban matando con el mero hecho de ser como eran.

La chica que no deja de soñar no quiere que nada ni nadie la vuelva a robar su tiempo. No quiere perderlo más.

Necesita volar, necesita crear, necesita amar y elevarse. Necesita sonreír a destiempo, besar sin ataduras y fundirse con el fuego de los abrazos que brindan fuerzas. Necesita recomponerse en una mirada sincera a centímetros de piel con piel, entre saliva y salitre. Necesita ser ella quien detenga un momento vivido para hacerlo eterno. Necesita la libertad de no sentirse enjaulada, ni triste, ni pequeña.

La chica que no deja de soñar escribe palabras desordenadas que disfrazan ilusiones, deseos y sueños, mientras llega su momento. Llegará. Porque todo llega. Nunca llueve eternamente.

La chica que no deja de soñar, no puede dormir. Se levanta y sube la persiana. Observa el silencio de la noche desde la ventana de su dormitorio. Cierra los ojos, respira lento y late Haikus. Luego los  transcribe entre suspiros en el vaho de la ventana. La luz de la luna hace brillar a la tibiedad de la lluvia que impregna los cristales con su lento devenir.

Con la yema de sus dedos dibuja:

«En un suspiro,
un beso eléctrico
a tus labios».

«Baila la luna,
rodeada de estrellas.
Brilla, pequeña».

«Un gran abrazo
y te me cuidas mucho.
Sonríe con ganas».

«Sopla el viento.
Te lleva un te quiero
desde mi alma».

Traza mensajes entre las gotas de lluvia deslizantes que llegarán a sus destinatarios.

Después mira al cielo y lanza un beso de polvo de estrellas. Llegará a donde tenga que llegar.

Y en el limbo de los mensajes que no se mandan por cobardía o quizás por timidez...

Cupido aprieta el gatillo...

https://m.youtube.com/watch?v=PSMj1C9B_JY


VISITA SORPRESA

Pequeñas constelaciones,

La chica que no deja de soñar está escribiendo en el portátil. Las clases ya han acabado.

Esta perfilando una escena erótica de su próxima novela cuando se sobresalta al sonar de su móvil.

«¿Estás en casa?»

«Claro...»

«¿Qué haces?»

«Escribir»

«Pues deberías dejarlo para otro momento y salir porque estoy afuera...Coge calzado de recambio...»

«¿Qué dices?»

Dos tics azules. No hay otra respuesta pero sigue en línea.

La chica que no deja de soñar piensa que la está vacilando.

Suena el pitido de un claxon. Se asoma a la ventana de la galería y lo ve.

Es cierto. Está fuera.

Aquello no se lo había imaginado ni en sus mejores sueños. Sí, quizás ahí si. Se queda atontada unos instantes.

«Ahora salgo»

Apaga el ordenador y lo guarda. Se pone las playeras y guarda otras. Coge el bolso, la mascarilla y el gel para las manos, se mira al espejo y se peina antes de salir. Menos mal que se había maquillado después de ducharse.

Sale por la puerta y ve su sonrisa. Y de forma instantánea ella sonríe también.

La ocurre siempre con él. Tiene esa capacidad.

Está esperándola fuera del coche. Apoyado sobre la carrocería.

—¿Lo traes todo?

—Sí, señorito.

—Pues sube. Vamos a dar un paseo.

La chica que no deja de soñar se sienta a su lado. Parece mentira que después de tantos meses sin verse ahora estén yendo a un lugar que desconoce.

—¿A dónde vamos? 

—¡Cuando lleguemos lo sabrás!

Se echa a reír. No se dicen nada más. Solo se miran y sonríen. 
Echaba de menos esas sonrisas. En realidad, le echaba de menos a él.

No poder darle un empujón tras sus bromas, ni poder tocarle, la cuesta demasiado. La hormiguean las yemas de los dedos en deseos de hacerlo.

Ella que siempre ha sido de tocar, de abrazar, de besar, tiene que acostumbrarse a esa nueva normalidad por la salud de quienes tiene en casa y por el bien de todos.

Se están alejando demasiado del municipio y una bombilla se enciende en su cabeza.

Alza las cejas inquisitiva mientras lo observa.

Él sonríe de nuevo. En el fondo sabe que odia las sorpresas pero le está dejando hacer. Su estrella libriana necesita tenerlo todo bajo control.

Minutos después, cuando él coge un nuevo desvío sabe a dónde van. No hace falta que se lo diga. Se conoce ese camino como la palma de su mano.

—Eres increíble...

—Shhhh.

Hablan del trabajo de él, del futuro de ella ahora que ha terminado Bachillerato. 

Veinte minutos más tarde llegan al destino.

Suances. Los locos. Su playa favorita.

Aparca y cuando se baja del coche sigue sin creerlo. Respira y el olor a salitre inunda sus fosas nasales. Siente un nudo en el estómago. Una mezcla entre nervios por la compañía y tristeza porque la vida no era como antes pero lo peor ya había pasado.
También porque aquella playa, solo con mirarla, tiene el poder para reconstruirla por dentro a pesar de todos los recuerdos que guarda en aquel lugar.

Mira el horizonte. Divisa el vaivén de las olas del mar y se siente bien. Un par de lágrimas se resbalan por su rostro.

—¿Estás llorando?

—De felicidad.

Sus ojos se cruzan un instante y entonces se da cuenta de que las miradas siempre van a expresar más que las palabras. Aún así ella prefiere hablar y sentenciar antes de dar algo por supuesto. No la gusta dejar las cosas en el aire.

—Muchas gracias.

—¿Por qué?

—Por sorprenderme. Por la visita inesperada y por traerme aquí.

—Tu lugar favorito...

—Lo es.

—¿Sorprendida?

—Pues sí.

—Me alegra haberlo conseguido. ¿Bajamos?

Se quita las playeras al llegar a la arena. Cuando sus dedos se hunden y siente la leve caricia de la arena tibia no puede evitar suspirar. Se siente libre. Después de tantos meses encerrada en casa sin apenas salir. Se siente libre y parte de la naturaleza por primera vez.

El viento acaricia su cuerpo. El sol calienta su piel y ciega sus ojos por unos segundos.

El oleaje murmura palabras de aliento que muy pocas personas saben escuchar, y la relaja. 

Es raro estar en su playa favorita con él. Los Locos en su lugar refugio. Donde las heridas se cierran. Donde el pasado no duele. 

Le observa mientras él tiene la vista perdida en el ancho mar. Están en silencio y no es incómodo. Todo lo contrario. Pasean por la orilla del mar. Sin apenas gente alrededor. Sin poder tocarle, sin poder darle un abrazo de agradecimiento. A unos metros de distancia y con la mascarilla puesta.

Definitivamente la vida tiene la capacidad para sorprendernos cuando menos lo esperamos. 

Allí, en su playa favorita y en la mejor compañía, tiene claro que no va a olvidar nunca ese día. Quedará marcado en el calendario de los momentos bonitos para siempre. De esos momentos que desprenden magia y fugacidad.

Le mira otra vez. El mar es una vista increíble, inspiradora, pero sus ojos son la mejor perspectiva de todas. Desde que le conoció lo ha sentido así. Verse reflejada en ellos la hace creerse más fuerte.

—¿Vas a dejar de darme las gracias?

—No he abierto la boca.

—Lo he leído en tus ojos.

—Pues no leas dónde no debes.

Le saca la lengua.

—Es que no suelen hacer estas cosas por mí. Solo A.

—Pues ahora puedes sumarme a mí a esa lista si quieres.

La guiña un ojo. Y la observa de una forma que, aunque lo intenta, ella no sabe descifrar. Leer en su mirada es mucho más difícil.

La chica que no deja de soñar sonríe y brilla. Brilla como hacía tiempo que no brillaba.

El demonio que a veces grita dentro de su cabeza la susurra una trastada.

En un ataque de locura, se baja la mascarilla y le da un beso en la mejilla.

Se arrepiente en cuanto ve su cara de sorpresa y de ¿cabreo?

—Lo siento. Lo siento... —murmura mientras le quita el beso con los dedos.

Se coloca la mascarilla y alza las manos en señal de paz. 

Siguen caminando un rato. Después cruzan la playa y suben las escaleras para marcharse. Y ella no puede evitar mirar hacia su espalda, de reojo, intentando retener la vista preciosa del mar cantábrico.

En el viaje de vuelta apenas hablan. Él ha puesto la música demasiado alta impidiendo la conversación. Le mira y le nota distinto. Pensativo. Como si su cabeza caminase a toda velocidad en busca de una solución a algo.

Cuando llegan a su calle, detiene el coche justo donde estaba esperándola.

Se despide de él con otro «gracias» antes de abrir la puerta.

Él se baja la mascarilla y la agarra.

—Deja de darme las gracias.

—Valeeee.

Ambos sonríen. Va a bajarse cuando su voz la hace girarse.

—Te saltaste las normas sanitarias con el beso.

—Te diría que lo siento pero necesitaba hacerlo.

Él se queda callado. Ahí está otra vez esa mirada.

—¿Quieres gel para limpiarte?

Él se carcajea. Ella y su locura. Y esa capacidad innata para hacer bromas en los peores momentos. La mira fijamente y la baja la mascarilla.

La agarra de la nunca y la atrae hacia él. Posa sus labios en los de ella. Ambos llevan queriendo hacerlo más tiempo del que nunca admitirán. Sus lenguas se enredan desenfrenadas.

Ella le muerde el labio al separarse. Él la responde con otro mordisco. Otro beso salvaje. Otro mordisco. Otro beso.

Se separan. Se miran en silencio a escasos centímetros.

Sonríen.

—Si me contagio que sea por algo bueno, y no por un inocente y casto beso en la mejilla, guerrera...—la susurra.

Le agarra del cuello y le da otro beso como respuesta y despedida.

Se baja del coche y entra en casa sin dejar de sonreír. Él pita al marcharse. Le saluda con la mano y vuelve a sonreír.

Al meter la llave en la cerradura entra un nuevo WhatsApp. 

Un mensaje de audio de él.

«Vete pensando en el próximo destino y recuerda que me debes una cena».

Ella escribe:

«No importa el lugar si la compañía es buena».

«¿Y yo soy buena compañía?»

«Ummm. ¡Cuando nos volvamos a ver te contesto!»

«¡Bruja! Touché»

La chica que no deja de soñar sonríe como una idiota. Hacía mucho tiempo que no sonreía así.

Como habían predicho las cartas, alguien especial había llegado...y ella iba a aprovechar la felicidad al máximo. 

Nunca se sabe cuando se puede esfumar. Eso era algo que la vida la había enseñado demasiadas veces.

Mira al cielo desde la ventana de su cuarto, piensa en sus ángeles y les manda un beso de polvo de estrellas.

Enciende la lista de reproducción que ha hecho con las canciones que se envía con él.

Suena Pereza. La canción “TODO” danza a todo volumen y por instinto empieza a bailar. 

UNA CARTA EN EL BUZÓN

Pequeñas constelaciones que brilláis en en universo,

La chica que no deja de soñar se ha levantado demasiado pronto harta de no poder conciliar el sueño.

Ha pasado una mala noche. Ansiedad. Insomnio. Tilas. Respiraciones en busca de la ansiada relajación. Dicen que le pasa a muchas personas en esta situación. A ella eso no la consuela.

Lleva semanas demasiado reflexiva. Cuestionándose toda su vida, su futuro, lo que tenía antes de, lo que ya no quiere tener y lo que sí la gustaría y aún no tiene.

Esta mañana todavía la sacude una de las miles crisis existenciales que la bombardean el cerebro durante el año. 

Maldita estrella libriana que ilumina su sangre y pretende tenerlo todo bajo control.

Observa su calle desde la ventana del salón. La no vida presente es mucho más no vida a esas horas de la mañana. No pasa ni un coche. Ni una voz de los vecinos. Solo el cantar alegre de los pájaros.

Otea el horizonte cuando el graznido de un cuervo llama su atención.

Es entonces cuando ve sobresalir un sobre blanco del negro buzón colgado en la pared de la puerta de entrada a la finca. Ese sobre no estaba ayer ahí. 

—¿Quién lo habrá dejado? —se pregunta.

Es imposible que la cartera haya pasado. Solo hay servicios puntuales durante el Covid.

Cuando sale al jardín en busca de esa carta, el cuervo emprende el vuelo y revolotea sobre su cabeza. Ella no lo sabe todavía pero él ya ha cumplido su misión de entrega.

Observa el sobre. No tiene remitente.

Tan solo es una carta de sobre amarillento y arrugado. Como si hubiera sufrido demasiadas inclemencias antes de llegar a su destino.

Siente hormiguear los dedos de las manos.

Se acurruca en el sofá, bajo su manta preferida. Blanca. De pelo. Del mismo color que la nieve.

Da un trago al café antes de abrir el sobre, como si tuviera que prepararse con su sabor amargo antes de recibir más.

Dentro hay un folio amarillo doblado dos veces.

Lo despliega y nada más ver la letra, la reconoce. No le hace falta bajar la vista para ver la rúbrica del abajo firmante.

Su corazón se salta un latido.

«Sé que no son buenos tiempos. Sé que te están fallando las fuerzas en algunos momentos. Que tras esa sonrisa tímida se esconden muchas dudas y algún que otro miedo. 

Recuerda que las guerreras también necesitan reposar antes de seguir luchando. También necesitan cuidar sus armas, afilarlas con la vista puesta en el horizonte, dejando que el devenir del tiempo acontezca sin aparentes cambios.

Eres fuerte. No has sobrevivido a todo lo que te ha sacudido el alma para rendirte justo ahora.

Sé que te araña el tiempo perdido. Que echando la vista atrás fue demasiado. Sé que esta pasiva inactividad te está desquiciando. Pero no pierdas de vista que sigues luchando por tu futuro aunque el mundo se haya paralizado momentáneamente.

Dejaste el pasado atrás. No enloquezcas ansiando que todo se acelere. El destino es este y no lo puedes cambiar. Deshazte de esa ansiedad, no la alimentes. Sabes que no te hace bien. Tan solo transfórmala en sueños, en ilusiones de cosas por hacer. 

Anota todo en esa libreta de unicornios que tienes para que cuando esto cambie, cumplas cada una de las cosas ahí anotadas ¿de acuerdo? Sin procrastinar. 

Vive el presente, saca el lado positivo a todo lo que está sucediendo. Te regalé la libertad de pensar por ti misma, de poder luchar y de crecer, pequeña. No necesitas nada más.

Sabes que conseguirás aquello que quieras. Porque cuando tú quieres algo de verdad te dejas la piel, el sudor y las lágrimas hasta que lo obtienes. Sea de la forma que sea. Ambos lo sabemos.

No estás sola. Aunque te sientas sola. Yo jamás te dejaría a tu suerte.

Así que levanta esos ánimos. Sigue estudiando y dando lo mejor de ti. No importa dónde estás hoy, ni dónde estuviste ayer, importa dónde estarás mañana. Y estarás dónde tú quieras estar.

Aprovecha estos sucesos para dar más valor a lo que tenías “antes de” y sigues teniendo ahora. Y deja de pensar en lo que crees que te falta. No malgastes ni un solo segundo en ello.

Respóndete esto: ¿Si murieras ahora te lo llevarías contigo? Es así de sencillo. Te llevas lo que tienes. Saboréalo todo.

Así que sonríe por todo lo que tienes, que es mucho, y es lo que camina, a cada paso, contigo.

Sigue siendo como eres. Única e irrepetible. Excéntrica. Soñadora. Realista. Nerviosa. Capaz de regalar calma a los demás. Loca. Cantarina. Demasiado sensible. Cabezota. Empática. Dulce. Demonio.

Sigue viviendo a corazón abierto y sin cadenas. Recuerda que te quiero libre. Nadie volverá a apagarte jamás. Ni tú a ti misma ¿de acuerdo?

Sigue luchando por tus sueños. Aunque se transformen. Aunque a veces sientas que se derrumban y se desdibujan. Ellos te ayudarán a sentirte viva.

No te hundas. Porque no te lo permito.

Cuando sientas que la oscuridad te abraza con su frío, mira al cielo. Estoy justo allí arriba. Brillando para tí, pequeña. Los tres lo estamos.

Puede que pienses que nos separan millones de años luz, pero esta carta tampoco ha tardado tanto en llegar ¿no? He cruzado un arcoíris y un bosque umbrío a la velocidad de dos de tus latidos.

Estoy más cerca de lo que crees. Estamos.

Yo regresaré del otro mundo siempre que lo necesites. Solo tendrás que susurrar mi nombre tres veces, poniendo la mano izquierda sobre las flores que llevas tatuadas. Cabalgaré a lomos del negro plumaje de Munin para llegar a ti. No lo dudes jamás. 

Recuerda que «Los edificios arden, las personas mueren, pero el amor verdadero es para siempre...»

Estoy muy orgulloso de ti. Así que la cabeza bien alta y el corazón siempre guerrero, recuerda cómo es tu sangre. Rebelde. Siempre. Rebelde.

Así que sonríe, brilla y sigue luchando. 

Te quiero, aunque no te lo dijera nunca. 

Antes. Ahora y siempre.

Eres mi pequeña ¿cómo no iba a hacerlo?

Mucha fuerza y valentía. Mírate en el espejo y encuéntrame en tus ojos marrones. Sigo ahí.

Un abrazo de los nuestros, Papá.»

La chica que no deja de soñar se seca las lágrimas.

Ahora entiende que el sobre estuviera tan desgastado. Venía del otro mundo directo a su corazón.

Necesitaba sentirle cerca para creerse más fuerte. Lo había conseguido. Aquel mensaje era lo que su alma demandaba desde hacía días. Junto a él la vida siempre había sido más fácil.

La chica que no deja de soñar se toca la estrella roja que lleva tatuada en el hombro izquierdo. El nombre de su padre bajo ella. Desliza las yemas de sus dedos sobre las flores que adornan su pecho.

Y la fuerza que necesita para seguir peleando late en cada gota de sangre de sus venas.

Pronuncia una amplia sonrisa mientras la vida comienza a despertar a través del cristal de la ventana.

Lanza un beso de polvo de estrellas hacia las nubes. Ve alejarse al cuervo negro. Sabe que él lo llevará escondido en su pico hasta depositarlo en el lugar dónde debe estar. 

Pequeñas constelaciones, dadle al “play” y bailad! Y que el fuego del universo os haga brillar.




MENSAJES INESPERADOS

Pequeñas constelaciones,

Son las doce del mediodía. La chica que no deja de soñar lo sabe por las campanas de la iglesia del pueblo, siempre tañen a la misma hora. Al menos no lo hacían a muerto.

Era el segundo café. El primero se lo había tomado a las 9 de la mañana. 

La chica que no deja de soñar, se ha sumergido en una pequeña rutina que intenta seguir para no enloquecer. 

El viento acaricia su rostro. Los rayos del sol calientan sus brazos como si fuera verano.

Los pájaros están alterados por la recién estrenada primavera.

El tercer trago de café baila en su boca cuando su iPhone suena con la entrada de un nuevo WhatsAap

Ve su nombre en la pantalla y suspira al leer la notificación. No lo abre. Lo deja, ahí, en la burbuja de los mensajes entregados sin confirmación de lectura. Cada día entiende menos a la gente.

Se permite un poco de silencio, disfrutar del aire libre, de la naturaleza siguiendo su curso, aunque sea desde su jardín.

Porque siempre que él la escribe es para complicarla el día. Tiene ese don de ser inoportuno.

«Buenos días, preciosa.
Se te echa de menos.»

Al leerlo no sabe si ponerse a reír o llorar. Al menos ya tiene la constatación de que no está muerto. De que si no ha escrito antes es porque no le ha dado la gana. Tantos meses sin saber nada de él y ahora la echaba de menos.

Opta por la primera opción. Por reírse. Pero no de alegría. Sino de pena.

Cada día resultaba más penoso, él y su historia. Y cada día la sorprendía con una gota nueva que colmaba el vaso de la paciencia de su corazón. Ya había entregado demasiado en algo que no iba a llegar nunca a nada.

Lo deja en visto. Ni siquiera contesta. No tiene ganas de discutir. ¿Para qué? No saca nada con ello.

A los pocos minutos el móvil vuelve a sonar.

«De verdad que te echo de menos»

Suspira otra vez. El hastío se va convirtiendo en cabreo. No entiende su manía de meter el dedo en la llaga, de ser insistente cuando desaparece durante tanto tiempo.

«¿Y qué echas de menos exactamente?»

«A ti...»

«No seas hipócrita, extrañas follar conmigo. Así que no digas tonterías. No te vale conmigo».

«No seas así...Esto del Covid me ha hecho reflexionar quién es importante, quién está siempre, a quién quiero tener cerca...»

«No malgastes tu tiempo conmigo. A mí también me ha enseñado el Covid a quién tengo y a quién quiero tener. Quién sí, quién no y quién nunca más...»

«Y yo ya estoy dentro de la tercera opción...»

«Siempre tan inteligente...»

«Dame otra oportunidad. Haré las cosas bien esta vez».

Se carcajea. ¿Cuántas veces la habían dicho eso?

«Alguna caerá. Tira de agenda. Se te da bien»

«Por favor, preciosa»

«Adiós. Sé feliz. Cuídate».

Lo lee. Los tics azules le delatan. Su respuesta llega cuatro minutos después.

«Tú también. Cuídate mucho.»

Conversación finalizada.

Cierra los ojos tratando de calmarse. Había tenido valor para cerrar la puerta. Bien por ella. 

Da el último trago al café. Lo saborea. Más amargo que de costumbre.

—Ya me has jodido el puto café. Gilipollas...

Respira hondo antes de volver a entrar en casa.

Los ejercicios de integrales la esperaban sobre el escritorio.

Silencia su cerebro y se centra en su presente. Estaba labrándose un futuro y tenía que pelear con todas sus fuerzas por ello. Aunque a momentos lo viese todo demasiado negro.

Ya estaba cansada de ser la segunda opción, de jugar por divertirse, de los polvos de contenedor que estaban bien para quitar el frío momentáneo pero que ya no la satisfacían.

El sexo la gusta. Demasiado. Como a muchas personas, aunque pocas se atreven a admitirlo. Pero esas ansías de meses pasados ya no latían en su interior. No tenía ganas ni de sexting, ni de jugar ella sola con sus juguetes. Dicen que de todo se cansa uno.

El confinamiento la estaba volviendo loca. O quizás más cuerda.

No lo tenía muy claro. Y eso no era bueno. ¿O sí?

Ocho horas después salía al jardín. Los perros ya estaban revueltos. 

Se acercaban las sirenas de la policía local, los sanitarios y protección civil.

Pasan por delante de su calle y aplaude con lágrimas en los ojos. La pasaba todas las tardes. Ese era su momento de bajada. El único que se permitía para pensar en todo lo que estaba ocurriendo.

Sun ladra desquiciada como cada día a esa hora.

Expulsa todo el aire mientras se sienta en las escaleras de la entrada.

Las sirenas se alejan, suben el puente, y el barrio se queda en calma de nuevo. 

Se sumerge en ese silencio que denota la falta de vida, que escuece. Ese silencio impregnado de una tristeza que araña la piel y la deja magullada.

Su teléfono suena con la llegada de otro WhatsApp. Lo mira de reojo con miedo. No tiene fuerzas para volver a discutir. No después de llorar al aplaudir. No con las barreras de sus defensas bajadas.

Se levanta para entrar y mirar la pantalla. Frunce el ceño. 

«Buenas tardes, guerrera.
Sé que esta hora es un poco maldita. Así que recuerda...queda un día menos para podernos encontrar. Me debes una cena, sin prisas por regresar a casa, y no acepto un no por respuesta».

Tras las palabras el enlace a una canción de Leiva titulada: Tu respiración.

La chica que no deja de soñar sonríe mirando el móvil. Sorprendida. La brillan los ojos. No esperaba que él la escribiera. Menea la cabeza. 

Así como hay personas que te sorprenden para mal, también las hay    de las que lo hacen para bien. Así es la vida de juguetona. 

Recuerda la última vez que se vieron. Ahora parece un lapso de tiempo demasiado lejano. De haber sabido que no podrían volver a verse, se hubiera quedado un rato más sin importar los quehaceres. Y en un acto de locura incluso le hubiera abrazado antes de despedirse en la plaza del antiguo ayuntamiento.

—Eres para mí, una descarga, un halo de electricidad... —cantó divisando los montes lejanos. 

Eso era él. Un poco de luz entre la oscuridad. Una flor entre tanta basura.

La chica que no deja de soñar recuerda aquel día.

Salían de tomar un café apresurado cuando un coche pasó al lado de ellos con la ventanilla del conductor bajada. Leiva sonaba. Ella se había puesto a cantar.

—Leiva no te pega nada...

—Las apariencias siempre engañan, loco.

La chica que no deja de soñar sonríe otra vez. Con una sonrisa tonta. Liberada.

Su corazón ahora estaba dónde tenía que estar. En el punto de partida hacia un lugar que todavía no conoce pero que la hace sentirse un poco más viva.

«En cuanto toda esta mierda pase, te debo una cena. Prometo no mirar el reloj esta vez. Gracias por la luz entre tanto caos, aumento de cifras y malas noticias».

«¿Te ha pasado algo, guerrera?»

«Solo un mal día. :-)»

«Ven a la luz, que no decaiga,
que no nos duela respirar.
Una actitud, una mirada, una señal».

Le contestó con un selfie suyo. Un beso a la cámara. Solo para él.

«Ese beso me le cobraré en cuanto pueda. No lo dudes...»

La chica que no deja de soñar se muerde el labio.

«Más te vale cobrártelo. O lo mismo te lo regalo...»

«Haré todo lo posible para que quieras regalármelo...En realidad es mucho mejor que cobrármelo.»

La chica que no deja de soñar se graba un vídeo boomerang lanzando un beso de polvo de estrellas y lo envía a su destinatario.

Se lo merecía por la luz. Aunque luego no acabase en nada. La había pasado más veces, mucho tonteo y luego la atención desaparecía de la noche a la mañana. Ya estaba acostumbrada. Al menos había sido capaz de eclipsar los mensajes amargos. Carpe diem.

La chica que no deja de soñar, mira al cielo, allí dónde se cuelgan las estrellas por las noches como faros incandescentes.

Lanza otro beso de polvo galáctico y sonríe. Sabe que ellos la están cuidando. Sabe que la ayudarán a poner todo en el orden que debe de estar.

Benditos los mensajes inesperados y las personas eléctricas que iluminan.

Benditas las canciones que provocan bailar y despertar. ¿Verdad?


Besos de polvos de estrellas desde Cassiopea.

DESPERTAR EN TU MIRADA, de YOLANDA REVUELTA

Pequeñas constelaciones, Hace mucho que no escribo en este blog porque lo abandoné por otro universo paralelo. Al igual que dejé de escribi...