MENSAJES INESPERADOS

Pequeñas constelaciones,

Son las doce del mediodía. La chica que no deja de soñar lo sabe por las campanas de la iglesia del pueblo, siempre tañen a la misma hora. Al menos no lo hacían a muerto.

Era el segundo café. El primero se lo había tomado a las 9 de la mañana. 

La chica que no deja de soñar, se ha sumergido en una pequeña rutina que intenta seguir para no enloquecer. 

El viento acaricia su rostro. Los rayos del sol calientan sus brazos como si fuera verano.

Los pájaros están alterados por la recién estrenada primavera.

El tercer trago de café baila en su boca cuando su iPhone suena con la entrada de un nuevo WhatsAap

Ve su nombre en la pantalla y suspira al leer la notificación. No lo abre. Lo deja, ahí, en la burbuja de los mensajes entregados sin confirmación de lectura. Cada día entiende menos a la gente.

Se permite un poco de silencio, disfrutar del aire libre, de la naturaleza siguiendo su curso, aunque sea desde su jardín.

Porque siempre que él la escribe es para complicarla el día. Tiene ese don de ser inoportuno.

«Buenos días, preciosa.
Se te echa de menos.»

Al leerlo no sabe si ponerse a reír o llorar. Al menos ya tiene la constatación de que no está muerto. De que si no ha escrito antes es porque no le ha dado la gana. Tantos meses sin saber nada de él y ahora la echaba de menos.

Opta por la primera opción. Por reírse. Pero no de alegría. Sino de pena.

Cada día resultaba más penoso, él y su historia. Y cada día la sorprendía con una gota nueva que colmaba el vaso de la paciencia de su corazón. Ya había entregado demasiado en algo que no iba a llegar nunca a nada.

Lo deja en visto. Ni siquiera contesta. No tiene ganas de discutir. ¿Para qué? No saca nada con ello.

A los pocos minutos el móvil vuelve a sonar.

«De verdad que te echo de menos»

Suspira otra vez. El hastío se va convirtiendo en cabreo. No entiende su manía de meter el dedo en la llaga, de ser insistente cuando desaparece durante tanto tiempo.

«¿Y qué echas de menos exactamente?»

«A ti...»

«No seas hipócrita, extrañas follar conmigo. Así que no digas tonterías. No te vale conmigo».

«No seas así...Esto del Covid me ha hecho reflexionar quién es importante, quién está siempre, a quién quiero tener cerca...»

«No malgastes tu tiempo conmigo. A mí también me ha enseñado el Covid a quién tengo y a quién quiero tener. Quién sí, quién no y quién nunca más...»

«Y yo ya estoy dentro de la tercera opción...»

«Siempre tan inteligente...»

«Dame otra oportunidad. Haré las cosas bien esta vez».

Se carcajea. ¿Cuántas veces la habían dicho eso?

«Alguna caerá. Tira de agenda. Se te da bien»

«Por favor, preciosa»

«Adiós. Sé feliz. Cuídate».

Lo lee. Los tics azules le delatan. Su respuesta llega cuatro minutos después.

«Tú también. Cuídate mucho.»

Conversación finalizada.

Cierra los ojos tratando de calmarse. Había tenido valor para cerrar la puerta. Bien por ella. 

Da el último trago al café. Lo saborea. Más amargo que de costumbre.

—Ya me has jodido el puto café. Gilipollas...

Respira hondo antes de volver a entrar en casa.

Los ejercicios de integrales la esperaban sobre el escritorio.

Silencia su cerebro y se centra en su presente. Estaba labrándose un futuro y tenía que pelear con todas sus fuerzas por ello. Aunque a momentos lo viese todo demasiado negro.

Ya estaba cansada de ser la segunda opción, de jugar por divertirse, de los polvos de contenedor que estaban bien para quitar el frío momentáneo pero que ya no la satisfacían.

El sexo la gusta. Demasiado. Como a muchas personas, aunque pocas se atreven a admitirlo. Pero esas ansías de meses pasados ya no latían en su interior. No tenía ganas ni de sexting, ni de jugar ella sola con sus juguetes. Dicen que de todo se cansa uno.

El confinamiento la estaba volviendo loca. O quizás más cuerda.

No lo tenía muy claro. Y eso no era bueno. ¿O sí?

Ocho horas después salía al jardín. Los perros ya estaban revueltos. 

Se acercaban las sirenas de la policía local, los sanitarios y protección civil.

Pasan por delante de su calle y aplaude con lágrimas en los ojos. La pasaba todas las tardes. Ese era su momento de bajada. El único que se permitía para pensar en todo lo que estaba ocurriendo.

Sun ladra desquiciada como cada día a esa hora.

Expulsa todo el aire mientras se sienta en las escaleras de la entrada.

Las sirenas se alejan, suben el puente, y el barrio se queda en calma de nuevo. 

Se sumerge en ese silencio que denota la falta de vida, que escuece. Ese silencio impregnado de una tristeza que araña la piel y la deja magullada.

Su teléfono suena con la llegada de otro WhatsApp. Lo mira de reojo con miedo. No tiene fuerzas para volver a discutir. No después de llorar al aplaudir. No con las barreras de sus defensas bajadas.

Se levanta para entrar y mirar la pantalla. Frunce el ceño. 

«Buenas tardes, guerrera.
Sé que esta hora es un poco maldita. Así que recuerda...queda un día menos para podernos encontrar. Me debes una cena, sin prisas por regresar a casa, y no acepto un no por respuesta».

Tras las palabras el enlace a una canción de Leiva titulada: Tu respiración.

La chica que no deja de soñar sonríe mirando el móvil. Sorprendida. La brillan los ojos. No esperaba que él la escribiera. Menea la cabeza. 

Así como hay personas que te sorprenden para mal, también las hay    de las que lo hacen para bien. Así es la vida de juguetona. 

Recuerda la última vez que se vieron. Ahora parece un lapso de tiempo demasiado lejano. De haber sabido que no podrían volver a verse, se hubiera quedado un rato más sin importar los quehaceres. Y en un acto de locura incluso le hubiera abrazado antes de despedirse en la plaza del antiguo ayuntamiento.

—Eres para mí, una descarga, un halo de electricidad... —cantó divisando los montes lejanos. 

Eso era él. Un poco de luz entre la oscuridad. Una flor entre tanta basura.

La chica que no deja de soñar recuerda aquel día.

Salían de tomar un café apresurado cuando un coche pasó al lado de ellos con la ventanilla del conductor bajada. Leiva sonaba. Ella se había puesto a cantar.

—Leiva no te pega nada...

—Las apariencias siempre engañan, loco.

La chica que no deja de soñar sonríe otra vez. Con una sonrisa tonta. Liberada.

Su corazón ahora estaba dónde tenía que estar. En el punto de partida hacia un lugar que todavía no conoce pero que la hace sentirse un poco más viva.

«En cuanto toda esta mierda pase, te debo una cena. Prometo no mirar el reloj esta vez. Gracias por la luz entre tanto caos, aumento de cifras y malas noticias».

«¿Te ha pasado algo, guerrera?»

«Solo un mal día. :-)»

«Ven a la luz, que no decaiga,
que no nos duela respirar.
Una actitud, una mirada, una señal».

Le contestó con un selfie suyo. Un beso a la cámara. Solo para él.

«Ese beso me le cobraré en cuanto pueda. No lo dudes...»

La chica que no deja de soñar se muerde el labio.

«Más te vale cobrártelo. O lo mismo te lo regalo...»

«Haré todo lo posible para que quieras regalármelo...En realidad es mucho mejor que cobrármelo.»

La chica que no deja de soñar se graba un vídeo boomerang lanzando un beso de polvo de estrellas y lo envía a su destinatario.

Se lo merecía por la luz. Aunque luego no acabase en nada. La había pasado más veces, mucho tonteo y luego la atención desaparecía de la noche a la mañana. Ya estaba acostumbrada. Al menos había sido capaz de eclipsar los mensajes amargos. Carpe diem.

La chica que no deja de soñar, mira al cielo, allí dónde se cuelgan las estrellas por las noches como faros incandescentes.

Lanza otro beso de polvo galáctico y sonríe. Sabe que ellos la están cuidando. Sabe que la ayudarán a poner todo en el orden que debe de estar.

Benditos los mensajes inesperados y las personas eléctricas que iluminan.

Benditas las canciones que provocan bailar y despertar. ¿Verdad?


Besos de polvos de estrellas desde Cassiopea.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

DESPERTAR EN TU MIRADA, de YOLANDA REVUELTA

Pequeñas constelaciones, Hace mucho que no escribo en este blog porque lo abandoné por otro universo paralelo. Al igual que dejé de escribi...