CAFÉS A MEDIO METRO DE DISTANCIA

Pequeñas constelaciones,

Ahí está la chica que no deja de soñar. Frente al cristal de la ventana, viendo como la niebla se disipa y la luz traspasa entre las nubes aunque el sol no brille.

Entre los huecos del silencio suena el «plín» del microondas. La leche ya está caliente. Le siguen los últimos borbotones de vapor de la cafetera. Pronuncia un «clic» casi imperceptible, indicando que ya ha terminado su trabajo.

El olor a café recién hecho inunda toda la casa, la embriaga, la hace despertar. Es uno de sus olores favoritos. De esos que es capaz de distinguir desde la cama, todavía dormida, y con la puerta cerrada.

Saca la taza del micro. Blanca y negra con las letras de Prospect de Sons of Anarchy. Vierte el café negro, muy intenso, hasta contar 8. Nunca echa azúcar. La gusta así. Amargo. Como la vida en muchos momentos, como la vida, a través de la ventana, en tiempos de Covid-19.

Y con el café humeante entre sus manos vuelve al cristal. Piensa que si permanece atenta a lo que sucede afuera igual la realidad cambia. Aunque parte de sus latidos saben que no. Todavía no. Pero también sabe que nunca llueve eternamente. Ella es así, nunca pierde la esperanza de que todo cambie. Dicen que es una realista optimista, una soñadora con los pies en la tierra.

Da dos tragos seguidos al café. Uno la calienta el estómago de inmediato. El otro, mucho más largo, lo paladea y la ayuda a volar.

La chica que no deja de soñar sonríe. Cierra los ojos y vuela alto. Tan alto que roza las estrellas hasta llegar a Cassiopea. Allí nunca se siente sola. Allí las cosas siempre son como ella quiere que sean.

«Se abre la puerta de la cafetería. Entran dos chicas jóvenes y piden un café grande y unas tostadas. 
Se sientan en su mesa de siempre. Una de las más cercanas a la cristalera, mesa rectangular y dos sofás de color verde. 

Hace muchas semanas que no se ven y tienen demasiadas cosas que contarse. Se abrazan, por fin pueden hacerlo. 

El trabajo, la familia, los estudios y la rutina a veces las impide quedar con la frecuencia que quisieran.

Pronto llegan las sonrisas. Les pasa siempre. Incluso cuando alguna tiene ganas de llorar, porque le ha pasado algo que la ha herido, y al contarlo sus latidos se tambaleen un poquito, la tristeza no dura demasiado.

El tic tac del reloj vuela a su alrededor. El olor a chocolate, a galletas horneadas y pan recién hecho se mezclan en sus fosas nasales.

Las anécdotas se suceden una detrás de otras, turnándose, al igual que las confidencias a media voz, entre mordiscos de pan de maíz y dulce mermelada.

Tras los sorbos al café, los nombres se vuelven iniciales y los sucesos se cuentan cada vez más cerca y con voz más baja, en susurros ligeros. Nunca se sabe quién puede escuchar. 

Hablan de las últimas semanas, de las cosas que han hecho, de con quién han quedado y del sexo. Siempre hay sexo en sus conversaciones. Es inevitable.

Las miradas cómplices, los recuerdos de antiguas conversaciones y los consejos flotan sobre la mesa. Consejos que una vez se siguen a rajatabla y otras se llenan de licencias. 

Las que se elevan sin cadenas siempre son las carcajadas. Esas resuenan libres y sonoras, sin que nadie se lo impida. A veces incluso las miran de reojo las demás personas de la cafetería y piensan que están locas.

En el hilo musical del establecimiento, Tom Walker canta: If you look into the distance, There’s a house up on the hill, guiding like a lighthouse to a place where you’ll be safe...

Una de ellas detiene la conversación.

—¿Te suena esta canción?

—Claro. Me la pasaste tú para la nueva novela. Me encanta este trozo...

—Because we’ve all made mistakes. If you’ve lost your way, I will leave the light on...—cantan las dos al unísono entre sonrisas.

Están felices. Se nota en el brillo de su mirada, en los gestos de sus rostros.

Lo sucedido meses atrás les ha hecho darse cuenta del valor de los cafés a medio metro de distancia.

Desde que se conocen, las dos han perdido a mucha gente en el camino, los hombres siempre van y vienen, distintas esencias y distintos nombres, algunos se siguen repitiendo constantes a lo largo del tiempo.

Sin embargo, ellas siguen siendo las mismas, más fuertes, más seguras de sí mismas, más maduras.

Ellas siguen siendo la luz en mitad de la oscuridad, la casa segura en lo alto de la colina cuando los problemas y las consecuencias de vivir la vida las torturan y se sienten perdidas...»

La chica que no deja de soñar abre los ojos y regresa a la realidad. Cassiopea quedó en lo alto del cielo y ella ya tiene los pies sobre la tierra.

El maullido de Freyja la hace mirar hacia abajo. La pequeña gata de pelo anaranjado camina en zig zag entre sus pies reclamando mañas.

Sun ladra desde el garaje. Quiere salir y corretear libre por el jardín.

Ya no hay café a medio metro de distancia con su mejor amiga.

Solo una luz tenue a través del cristal, un nuevo día gris que amenaza con lluvia, y muchas ganas de salir y volver a la normalidad. Pero todavía tiene que esperar. Un poco más. O eso dicen.

Las huellas del sabor amargo del café se balancean en su paladar.

No puede evitar el susurrar con voz cantarina:

—I will leave the light on...

Sabe que nunca llueve eternamente. Sabe que todo acabará. Sabe que siempre tendrá una luz encendida que guíe sus pasos en las noches más oscuras.

La chica que no deja de soñar posa los dedos sobre sus labios y lanza un beso de polvo de estrellas al cristal. Sabe que ese beso llegará a dónde tenga que llegar. 

Quizás os llegue a vosotr@s también, pequeñas constelaciones.

Dadle al play y cantad muy alto, y que vuestra voz resuene en la galaxia. 


AD ASTRA PER ASPERA.


AD ASTRA PER ASPERA

Bienvenid@s a la constelación de la chica que no deja de soñar.

Este será un rincón para escapar de la realidad por unos instantes, para olvidar todo lo que nos hiere, para sentir sin cadenas, para cerrar los ojos y volar, para hacer realidad aquello que no tenemos. 

Un lugar para las palabras y para los sueños.

Dicen que a las estrellas siempre se llega por el camino menos transitado, el más difícil de sortear y por ello el más gratificante.

Dicen que somos polvo y que en polvo nos vamos a convertir. 

¿Por qué no seguir soñando? ¿Por qué no rozar las estrellas con los dedos de las manos? ¿Por qué no saltar y ver a dónde llegamos?

Nadie tiene el derecho de impedirnos soñar y luchar por nuestros sueños. 

Ni siquiera esa parte de nosotros mismos que nos hace ver todo de color negro, que no somos suficientemente buenos o que no valemos para algo que nos desvela.

Si tienes un sueño has de perseguirlo con todas tus fuerzas hasta tu último aliento, sin que te importen las voces que quieran gritar. 

Solo así habrá valido la pena vivir. 

Porque el éxito no está en llegar a la cima, está en cada paso pronunciado hacia dónde queremos llegar. El aprendizaje. La mochila que vamos llenando de pequeñas estrellas que iluminan la oscuridad. Es justo eso lo que nos vamos a llevar, cuando el polvo vuelva a ser polvo y haya una nueva estrella en la constelación.

¿Soñamos juntos? ¿Peleamos?

Ya lo dijo Séneca: Ad astra per aspera... A las estrellas por el camino difícil...

Recordad que para transitar senderos fáciles ya están aquellas personas a las que se les ha olvidado soñar...

Nos encontramos en Cassiopea.

Un beso de polvo de estrellas.

DESPERTAR EN TU MIRADA, de YOLANDA REVUELTA

Pequeñas constelaciones, Hace mucho que no escribo en este blog porque lo abandoné por otro universo paralelo. Al igual que dejé de escribi...