Pequeñas constelaciones,
Con un café en la mano, la chica que no deja de
soñar está haciendo recuento de todos los fragmentos que ha escrito en este
rincón desde que lo comenzó durante la pandemia.
Estos desvarios eran una mezcla entre vivencias
reales y aquello que la gustaría que pasase. Era su manera de escapar. De
perderse en otros universos para evitar aquello que la consumía y que la hacía
sentir que los designios de la vida la estaban robando un tiempo que jamás iba
a recuperar.
La pandemia, en realidad, a todos nos robó un tiempo
que nunca vamos a recuperar. Pero también enseñó a valorar lo verdaderamente
importante, lo que teníamos, lo que realmente contaba.
Resulta que dentro de Cassiopeia hay muchos momentos
regalados a al imaginación. Ella tenía la esperanza que de tanto escribir esos
sueños se hiciesen realidad. Pero los sueños están hechos de un material
incontrolable y nunca resultan como imaginamos, ni llegan de la forma que
habíamos escrito.
Lo que nunca imaginó era que el destino la tenía
preparado un camino que todavía desconocía, y que por ello era imposible que
pudiera soñar con ello.
Casi siempre, la realidad es mejor que esas
ficciones que nos ayudan a hacer de los días grises algo menos gris.
¿Por qué?
Porque esas ficciones que soñamos son solo una parte
de lo que podemos conseguir. Cuando soñamos siempre lo hacemos en base a algo
que palpamos, a lo que conocemos, a lo que nos gustaría cambiar.
Sin embargo, hay un porcentaje de sueños realizados
que corresponden a lo que no podemos controlar y que la vida tiene preparado
únicamente para nosotros.
Es lo que le ha sucedido a ella. Que la vida la ha
sorprendido con otra realidad mucho mejor a la que anduvo soñando.
No sabe cuánto la durará. Eso solo lo podrá
pronunciar el tiempo. Pero si los supiéramos no lo disfrutaríamos igual. No
sabríamos apreciarlo con la misma intensidad.
Lo que sabe es que desde hoy, ella escribirá polvo
de estrellas con tintes de realismo. Y que también habrá espacio para los
sueños…
Porque aquella alma que deja de soñar, está muerta
en vida. Y ella ya no se deja apagar con facilidad. Permanece brillando cueste
lo que cueste. Y cuando se apaga es solo para coger nuevas fuerzas.
La chica que no deja de soñar se acaba el café con
un sabor dulce en el paladar. Sonríe. Quizás ahora las cosas están “un poco” más
donde deben estar.
La chica que no deja de soñar: imagina, sueña y crea
polvo de estrellas. Y esas partículas llegarán a donde tenga que llegar.