ANOCHECER FRENTE AL MAR

Pequeñas constelaciones,

La chica que no deja de soñar observa el balanceo del mar, ese vaivén que lo caracteriza la tiene embobada. La relaja.

Siempre le ha llamado la atención como unas pequeñas partículas de agua pueden formar parte de algo tan inmenso. 

Camina por la orilla sintiendo como el agua fría del norte se cuela entre los dedos de sus pies. Así todo es más sencillo. La sangre circula con rapidez mientras el arrullar del viento la envuelve con su halo erizando su piel.

El sol está cayendo, se va deslizando suavemente hacia el horizonte como si quisiera besarlo, por fin, con sus caricias sonrosadas, después de un encuentro ansiado desde el amanecer.

Qué magia esconden los astros y el mar fundiéndose, como amantes furtivos que solo disponen de unas horas para deshacerse en un climax desatado.

No hay casi nadie en la playa. Las pocas voces altas se van difuminando hasta zambullirse con el eco del silencio.

Se gira hacia su acompañante. Está preparando la hoguera. La responde con una sonrisa que muestra felicidad. Necesita la naturaleza tanto como ella. Quizás por eso se llevan tan bien. Aunque según sus horóscopos deberían llevarse a matar.

Inmortaliza el momento en varias fotos. El sol del atardecer, las olas besando la arena, el fuego bailando, su amiga sacando la lengua.

La chica que no deja de soñar ahora valora más que nunca los momentos tranquilos, el devenir lento de las agujas del reloj. Esos segundos donde aparentemente no pasa nada y que en realidad lo son todo porque reparan el alma.

Estar ahí, cerca del mar, escuchando el oleaje, con su mejor amiga, es uno de esos recuerdos que merecen la pena fabricar y que darán cuerda al corazón en los días de lluvia y tormenta.

Porque han estado meses sin poder verse, ni abrazarse, por culpa de la mierda de virus. Y ahora la nueva normalidad al menos las permite volver a olvidar la rutina, las discusiones, la soledad, el inestable futuro, y los echar de menos de sus corazones inquietos que siempre se fijan en quién menos deben.

Cuando están juntas son más fuertes y todo está en el lugar correcto dónde debe estar.

Regresa a su mente la última noche de San Juan. En la misma playa. Robayera. Un ritual purificador en el fuego y en el agua del mar, muchos deseos, cosas que querían dejar atrás y nuevas ilusiones parpadeantes de vértigo. Las estrellas surgieron tras la niebla demostrándolas una vez más que juntas pueden cambiar el curso de los elementos.

Esa noche hace un poco más calor. Pero el fuego se agradece después del baño. San Juan no ha llegado todavía. Faltan unas semanas. Sin embargo, el sentimiento es el mismo. Se siente afortunada de tenerla en su vida. 

Felicidad en su corazón. Una tranquilidad inmensa en su sangre. Miradas que calman los demonios que a veces la asfixian. Latidos del corazón serenos pero vivos.

Las confidencias entre susurros avanzan con las horas. Al igual que los consejos, las sonrisas y las latas de cervezas sin alcohol vacías.

La chica que no deja de soñar reflexiona sobre la amistad verdadera mientras escucha el chisporreteo del fuego.

Se ha llevado muchas decepciones hasta encontrarla a ella. Se ha sentido sola tantas veces, en momentos tan duros, que ahora es mucho más consciente de lo que tiene. Y su amiga vale oro.

El A&F que lleva en el antebrazo la hace sonreír. Su mejor amiga también lo lleva tatuado. Y sabe que con ella no tendrá que diseñar uno nuevo para taparlo como hizo con su ex.

Los hombres fallan, las amigas, si son de verdad, no lo hacen nunca. 

Ella es su Always and Forever. Es la única persona por la que pondría la mano en el fuego sin miedo a quemarse. Porque nunca la ha traicionado, jamás la ha hecho sentirse inferior o pequeña, siempre la ha elevado, nunca la ha abandonado, ni siquiera en el peor momento. La ha levantado del suelo tantas veces que ya ha perdido la cuenta...

No se quemaría porque sabe que jamás haría algo que pudiera dañarla. Porque lo daría todo por verla feliz. Al igual que la chica que no deja de soñar lo haría por ella. Y es lo bonito de su amistad. La confianza total, la admiración, el amor incondicional y el respeto. 

Sus hilos rojos del destino estaban predestinados y jamás se romperán. Porque luchan cada día para que así sea. Ambas lo tienen claro, pero en noches como esa les queda más patente dentro de sus cabecitas locas.

Su amistad es desinteresada, es verdadera, es esa clase de conexiones, tanto mentales como espirituales, que solo suceden, con esa intensidad, una vez en la vida. La única capaz de terminarla las frases, de saber qué está pensando con solo mirarla.

La chica que no deja de soñar tiene suerte de tenerla.

Mientras el baile de las olas danza al compás del fuego, le da gracias a la vida por tener momentos como ese y personas como ella a su lado.

El haber estado confinada en casa la hace valorar cada segundo mucho más. Aunque la muerte de su padre también tiene mucho que ver en eso.

Con ella no tiene ni que abrir la boca. Si intuye que necesita mar, la secuestra, y ella puede reconstruir su alma. Si es invierno la propone arrastrar el culo en la nieve y vuelven a ser niñas pequeñas brillantes de ilusión. Si llega el Otoño se la lleva al monte a pedir deseos a los astros. Si llega Halloween piden caramelos disfrazadas para asustar a los más pequeños. Y así, mil y una locuras. Pero siempre juntas. Dos guerreras dispuestas a todo por mantener las sonrisas.

La chica que no deja de soñar, pierde la mirada en el cielo y le pide a las estrellas poder disfrutar de esos pequeños instantes por muchos años más.

Lanza un beso de polvo de estrellas al universo. A saber dónde llegará...


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