VISITA SORPRESA

Pequeñas constelaciones,

La chica que no deja de soñar está escribiendo en el portátil. Las clases ya han acabado.

Esta perfilando una escena erótica de su próxima novela cuando se sobresalta al sonar de su móvil.

«¿Estás en casa?»

«Claro...»

«¿Qué haces?»

«Escribir»

«Pues deberías dejarlo para otro momento y salir porque estoy afuera...Coge calzado de recambio...»

«¿Qué dices?»

Dos tics azules. No hay otra respuesta pero sigue en línea.

La chica que no deja de soñar piensa que la está vacilando.

Suena el pitido de un claxon. Se asoma a la ventana de la galería y lo ve.

Es cierto. Está fuera.

Aquello no se lo había imaginado ni en sus mejores sueños. Sí, quizás ahí si. Se queda atontada unos instantes.

«Ahora salgo»

Apaga el ordenador y lo guarda. Se pone las playeras y guarda otras. Coge el bolso, la mascarilla y el gel para las manos, se mira al espejo y se peina antes de salir. Menos mal que se había maquillado después de ducharse.

Sale por la puerta y ve su sonrisa. Y de forma instantánea ella sonríe también.

La ocurre siempre con él. Tiene esa capacidad.

Está esperándola fuera del coche. Apoyado sobre la carrocería.

—¿Lo traes todo?

—Sí, señorito.

—Pues sube. Vamos a dar un paseo.

La chica que no deja de soñar se sienta a su lado. Parece mentira que después de tantos meses sin verse ahora estén yendo a un lugar que desconoce.

—¿A dónde vamos? 

—¡Cuando lleguemos lo sabrás!

Se echa a reír. No se dicen nada más. Solo se miran y sonríen. 
Echaba de menos esas sonrisas. En realidad, le echaba de menos a él.

No poder darle un empujón tras sus bromas, ni poder tocarle, la cuesta demasiado. La hormiguean las yemas de los dedos en deseos de hacerlo.

Ella que siempre ha sido de tocar, de abrazar, de besar, tiene que acostumbrarse a esa nueva normalidad por la salud de quienes tiene en casa y por el bien de todos.

Se están alejando demasiado del municipio y una bombilla se enciende en su cabeza.

Alza las cejas inquisitiva mientras lo observa.

Él sonríe de nuevo. En el fondo sabe que odia las sorpresas pero le está dejando hacer. Su estrella libriana necesita tenerlo todo bajo control.

Minutos después, cuando él coge un nuevo desvío sabe a dónde van. No hace falta que se lo diga. Se conoce ese camino como la palma de su mano.

—Eres increíble...

—Shhhh.

Hablan del trabajo de él, del futuro de ella ahora que ha terminado Bachillerato. 

Veinte minutos más tarde llegan al destino.

Suances. Los locos. Su playa favorita.

Aparca y cuando se baja del coche sigue sin creerlo. Respira y el olor a salitre inunda sus fosas nasales. Siente un nudo en el estómago. Una mezcla entre nervios por la compañía y tristeza porque la vida no era como antes pero lo peor ya había pasado.
También porque aquella playa, solo con mirarla, tiene el poder para reconstruirla por dentro a pesar de todos los recuerdos que guarda en aquel lugar.

Mira el horizonte. Divisa el vaivén de las olas del mar y se siente bien. Un par de lágrimas se resbalan por su rostro.

—¿Estás llorando?

—De felicidad.

Sus ojos se cruzan un instante y entonces se da cuenta de que las miradas siempre van a expresar más que las palabras. Aún así ella prefiere hablar y sentenciar antes de dar algo por supuesto. No la gusta dejar las cosas en el aire.

—Muchas gracias.

—¿Por qué?

—Por sorprenderme. Por la visita inesperada y por traerme aquí.

—Tu lugar favorito...

—Lo es.

—¿Sorprendida?

—Pues sí.

—Me alegra haberlo conseguido. ¿Bajamos?

Se quita las playeras al llegar a la arena. Cuando sus dedos se hunden y siente la leve caricia de la arena tibia no puede evitar suspirar. Se siente libre. Después de tantos meses encerrada en casa sin apenas salir. Se siente libre y parte de la naturaleza por primera vez.

El viento acaricia su cuerpo. El sol calienta su piel y ciega sus ojos por unos segundos.

El oleaje murmura palabras de aliento que muy pocas personas saben escuchar, y la relaja. 

Es raro estar en su playa favorita con él. Los Locos en su lugar refugio. Donde las heridas se cierran. Donde el pasado no duele. 

Le observa mientras él tiene la vista perdida en el ancho mar. Están en silencio y no es incómodo. Todo lo contrario. Pasean por la orilla del mar. Sin apenas gente alrededor. Sin poder tocarle, sin poder darle un abrazo de agradecimiento. A unos metros de distancia y con la mascarilla puesta.

Definitivamente la vida tiene la capacidad para sorprendernos cuando menos lo esperamos. 

Allí, en su playa favorita y en la mejor compañía, tiene claro que no va a olvidar nunca ese día. Quedará marcado en el calendario de los momentos bonitos para siempre. De esos momentos que desprenden magia y fugacidad.

Le mira otra vez. El mar es una vista increíble, inspiradora, pero sus ojos son la mejor perspectiva de todas. Desde que le conoció lo ha sentido así. Verse reflejada en ellos la hace creerse más fuerte.

—¿Vas a dejar de darme las gracias?

—No he abierto la boca.

—Lo he leído en tus ojos.

—Pues no leas dónde no debes.

Le saca la lengua.

—Es que no suelen hacer estas cosas por mí. Solo A.

—Pues ahora puedes sumarme a mí a esa lista si quieres.

La guiña un ojo. Y la observa de una forma que, aunque lo intenta, ella no sabe descifrar. Leer en su mirada es mucho más difícil.

La chica que no deja de soñar sonríe y brilla. Brilla como hacía tiempo que no brillaba.

El demonio que a veces grita dentro de su cabeza la susurra una trastada.

En un ataque de locura, se baja la mascarilla y le da un beso en la mejilla.

Se arrepiente en cuanto ve su cara de sorpresa y de ¿cabreo?

—Lo siento. Lo siento... —murmura mientras le quita el beso con los dedos.

Se coloca la mascarilla y alza las manos en señal de paz. 

Siguen caminando un rato. Después cruzan la playa y suben las escaleras para marcharse. Y ella no puede evitar mirar hacia su espalda, de reojo, intentando retener la vista preciosa del mar cantábrico.

En el viaje de vuelta apenas hablan. Él ha puesto la música demasiado alta impidiendo la conversación. Le mira y le nota distinto. Pensativo. Como si su cabeza caminase a toda velocidad en busca de una solución a algo.

Cuando llegan a su calle, detiene el coche justo donde estaba esperándola.

Se despide de él con otro «gracias» antes de abrir la puerta.

Él se baja la mascarilla y la agarra.

—Deja de darme las gracias.

—Valeeee.

Ambos sonríen. Va a bajarse cuando su voz la hace girarse.

—Te saltaste las normas sanitarias con el beso.

—Te diría que lo siento pero necesitaba hacerlo.

Él se queda callado. Ahí está otra vez esa mirada.

—¿Quieres gel para limpiarte?

Él se carcajea. Ella y su locura. Y esa capacidad innata para hacer bromas en los peores momentos. La mira fijamente y la baja la mascarilla.

La agarra de la nunca y la atrae hacia él. Posa sus labios en los de ella. Ambos llevan queriendo hacerlo más tiempo del que nunca admitirán. Sus lenguas se enredan desenfrenadas.

Ella le muerde el labio al separarse. Él la responde con otro mordisco. Otro beso salvaje. Otro mordisco. Otro beso.

Se separan. Se miran en silencio a escasos centímetros.

Sonríen.

—Si me contagio que sea por algo bueno, y no por un inocente y casto beso en la mejilla, guerrera...—la susurra.

Le agarra del cuello y le da otro beso como respuesta y despedida.

Se baja del coche y entra en casa sin dejar de sonreír. Él pita al marcharse. Le saluda con la mano y vuelve a sonreír.

Al meter la llave en la cerradura entra un nuevo WhatsApp. 

Un mensaje de audio de él.

«Vete pensando en el próximo destino y recuerda que me debes una cena».

Ella escribe:

«No importa el lugar si la compañía es buena».

«¿Y yo soy buena compañía?»

«Ummm. ¡Cuando nos volvamos a ver te contesto!»

«¡Bruja! Touché»

La chica que no deja de soñar sonríe como una idiota. Hacía mucho tiempo que no sonreía así.

Como habían predicho las cartas, alguien especial había llegado...y ella iba a aprovechar la felicidad al máximo. 

Nunca se sabe cuando se puede esfumar. Eso era algo que la vida la había enseñado demasiadas veces.

Mira al cielo desde la ventana de su cuarto, piensa en sus ángeles y les manda un beso de polvo de estrellas.

Enciende la lista de reproducción que ha hecho con las canciones que se envía con él.

Suena Pereza. La canción “TODO” danza a todo volumen y por instinto empieza a bailar. 

1 comentario:

  1. Así que esta es la nueva locura :D genialosa y ojalá sea un relato basado en besos reales ;) un abrazo fuerte!

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