VACIANDO EL CORAZÓN

Pequeñas constelaciones,

La chica que no deja de soñar ha despertado con la firme idea de vaciar su corazón.

Lleva mucho tiempo silenciando aquello que la escuece, que la hace dudar, que la provoca miedo.

Se ha levantado con fuerza. «Lo niego todo» de Joaquín Sabina sonaba en la radio cuando despertó. Y ella ha decidido no negar nada, abrirse en canal, ser sincera. Dejar que las palabras fluyan y crecer a través de ellas.

Ha desayunado un café cargado, negro y sin azúcar, como a ella la gustan. De esos que resucitan a los muertos y deshacen hasta al Morfeo más persistente.

Se ha dado una ducha de agua caliente. Necesitaba sentir el agua desperezando sus músculos, relajándolos después de unos días de nervios incontrolados. 

Se viste. Camiseta de cerveza artesana, sudadera de una de sus bandas de metal favoritas, vaqueros y playeras.

Así es la chica que no deja de soñar. De rutinas, simple para algunos, de gustos sencillos, no necesita lujos para sentirse cómoda.

Prende el incienso y enciende las velas. Abre el portátil, escoge la música que la acompañará durante algunos minutos, hasta que se cansé de ese bucle celta y busque canciones de esas que la hacen gritar y tener ganas de bailar.

Se coloca los cascos para evadirse de la realidad. El mundo deja de existir. 

En ese instante tiene un pie en el mundo en el que vive, y otro junto todo a su cuerpo en un universo paralelo donde nada la hace daño, donde su corazón habla, grita, sangra, vuela y se reconstruye.

Empieza a teclear. Una frase de Robert Frost, que hace días la ha hecho temblar, cobra vida en la página blanca de Word.

Ella es así. Busca frases que la motiven, que la hagan reflexionar, y las apunta todas en una vieja libreta a la que volver cuando necesita fuerzas.

Algunas de ellas tienen la capacidad de crear submundos dentro de su cerebro, como pequeñas chispas eléctricas que prenden el mayor de los infiernos.

Y dentro de su corazón hay desatado un infierno. Una mezcla de miedos, dudas, ganas de comerse el mundo a bocados, sueños difíciles, pasado, presente y un futuro desdibujado que no logra ver y que la tiene preocupada. La estrella librinana anclada a sus venas quiere tenerlo todo controlado y no poder hacerlo es lo que a veces la consume. 

Sabe que cuando se deja llevar las mejores cosas ocurren. 

La chica que no deja de soñar sabe que la vida sigue. Que lo malo siempre aparece tras una vuelta a la esquina cuando menos lo esperamos y que por eso hay que vivir como si fuera el último suspiro disfrutando lo bueno.

La vida continúa. Aunque queramos detenerla unos instantes, aunque no nos sintamos preparados, aunque se nos confundan los latidos; ella sigue su curso sin nosotros, descontándonos el tiempo a vivir.

Y si no vivimos a pleno pulmón acabamos perdiendo un tiempo que no recuperaremos jamás.

La chica que no deja de soñar, suspira mientras escribe. Percibe que cuando se levante de la silla esa tarde no va a ser la misma mujer que cuando se sentó hace unos minutos.

La sucede siempre.

Sabe quién es la chica que se sienta a escribir, pero no la mujer que se levantará después, no la que apagará el ordenador tras haber vaciado su corazón, no la mujer que soplará las velas hasta apagarlas mientras observa la vida desde el cristal de la ventana y para la que todo habrá cambiado de repente. En un chasquido de dedos.

La chica que no deja de soñar sabe que escribir la ayuda a echar la mierda fuera de su interior, escribir sana su alma, la abre los ojos, la da fuerzas para enfrentar todo lo que esté por venir. 

La chica que no deja de soñar sabe que escribir la hace sentirse invencible, grande, diferente a todas las demás personas del planeta, la hace valorarse mucho más como mujer al aprender de cada letra.

La chica que no deja de soñar canta, suspira, toma aliento y sigue pulsando las teclas. Recorre caminos inesperados que la muestran respuestas que ni siquiera sabía que necesitaba.

Sonríe. Pero también siente congoja en la boca del estómago y ganas de llorar. 

Esta vez deja que las lágrimas broten. No quiere silenciarlas. Sabe que debe vaciar el corazón al completo para seguir adelante.

Sigue tecleando, vaciando el corazón, susurrando.

La chica que no deja de soñar, respira hondo y mira al cielo. 

Escucha el aleteo de sus ángeles acompañándola en ese viaje de prosa incierta, sonríe y regala un beso de polvo de estrellas hacia las nubes.

Siempre llegará a dónde tenga que llegar.




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